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Hace un tiempo que tuve la oportunidad de probar uno de los vinos que más me ha emocionado, aunque no me atrevería a afirmar que es el mejor que he degustado. Se trata del Goliardo Caiño 2006.

Este vino tiene un significado especial para mí por dos razones. En primer lugar, pasé toda mi infancia en Pontevedra. En segundo lugar, hasta ahora había mantenido una fe relativa en lo que respecta al vino español y su concepto de terroir. A menudo, en España se tiende hacia un enfoque de mimetismo enológico, donde muchos vinos comparten características similares, como un color granate intenso, fuertes notas de madera y cuerpos ricos y dulces sin mucha complejidad.

Por eso me llamó la atención desde el principio cuando escuché sobre la producción de un gran vino tinto en Galicia. Lo más sorprendente fue que no se trataba de la típica uva mencía, sino de cepas viejas de una variedad llamada caiño. Además, solo se produjeron 1,200 botellas. Este vino no provenía de bodegas reconocidas como Martín Codax o Terras Gauda, sino de una bodega pequeña y tradicional, asesorada por Raul Pérez. Todo esto generaba grandes expectativas.

El Goliardo Caiño 2006 se presenta con un color rojo cereza brillante y un ribete morado, con una capa muy baja, similar a un buen pinot noir, lo que lo hace diferente. Pero la verdadera sorpresa llega al olerlo: las notas de eucalipto te transportan directamente a Pontevedra. Es aquí donde la emoción se apodera de ti, trayendo recuerdos de la infancia, como jugar en el monte, las barbacoas y el río Umia. También se perciben frutas del bosque ácidas, moras rojas y verdes. Al agitar la copa, se desprenden notas especiadas (como pimienta), salinas y balsámicas, con un sutil fondo que solo un local entendería.

En boca, presenta una entrada ácida pero muy frutal, con un toque salino que recuerda al agua de la Ría. Los taninos están presentes pero son delicados, envolventes. Llena la boca y persiste, resaltando la acidez de manera armoniosa.

En el retrogusto, vuelven las notas de eucalipto y fruta, esta vez más maduras. El postgusto es largo, persistente pero a la vez ligero.

No considero que sea un vino fácil de apreciar, ni apto para aquellos que prefieren vinos más tradicionales como los elaborados con tempranillo. Sin embargo, es impresionante probarlo lejos de la Ría, ya que te transporta temporalmente de vuelta a Galicia, incluso a más de seiscientos kilómetros de distancia. Ahora comprendo verdaderamente el concepto de terruño y lo que sucede cuando las cosas se hacen con dedicación y sin prisas.

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