Antes que nada, quiero disculparme por la falta de regularidad en mis publicaciones. Encontrar una conexión decente este verano se ha convertido en una misión casi imposible.
Como he notado que la actividad en la web no está muy animada, quizás mi sentimiento de culpa disminuya un poco. Sin embargo, una promesa es una promesa, así que aquí les dejo el post que escribí hace un tiempo sobre unas increíbles anchoas…
Cuando les digo que voy a comer a un restaurante llamado Casa Santoña, seguramente puedan adivinar qué plato será el protagonista.
Exactamente, anchoas.
Y no cualquier anchoa, sino de las mejores. Esta casa ubicada en Los Molinos, en plena Sierra de Madrid, lleva años adquiriendo anchoas de calidad y preparando semiconservas con las manos del personal. La excelencia de sus productos les ha permitido distribuirlos en hostelería y tiendas especializadas, además de contar con una cadena de despachos, bares y restaurantes en varios lugares de la Comunidad Madrileña.
Gracias a mi amigo Pedro, el verano pasado tuve la oportunidad de probar la calidad de estas deliciosas anchoas, y desde entonces me propuse visitar el restaurante que está a solo media hora de Villalba. Finalmente, unas semanas atrás, lo logramos.
Tras hacer la reserva (recomendable, porque el lugar se llena rápidamente) en un caluroso domingo, mientras esperábamos a los últimos rezagados, decidimos empezar con unas cañas acompañadas, por supuesto, de anchoas. Normalmente ofrecen dos tamaños: grandes y extra. La diferencia radica principalmente en el tamaño, ya que la calidad es excelente en ambos casos. Lomos amplios, carnosos, con el punto justo de sal y sin una sola espina.
Aunque las conservan en un aceite de girasol neutro para no enmascarar el sabor del pescado tras una larga maceración con aceite de oliva, al servirlas siempre las cubren con un chorrito de aceite de oliva virgen extra. Con esas cañas tan frescas y bien tiradas, creo que podría haber pasado todo el almuerzo a base de cañas y anchoas…
Pero como había más gente en el grupo, nos dirigimos a la mesa que teníamos reservada en la acogedora terraza interior.
Mientras nos decidíamos por los platos, nos sirvieron una especie de mojo tipo salmorejo con una variedad de panes. La carta sorprende por su amplitud, con una lista impresionante de entrantes, varios platos de pescado, una selección de carnes digna de un restaurante argentino y una gran variedad de postres caseros.
Además de más anchoas, pedimos algo de mojama con almendras, que estuvo correcto, y unos lomos de sardinas marinadas con un mojo de ajo. Estaban buenos y muy bien limpios, pero frente a las anchoas, se quedaban un poco cortos. Supongo que por eso decidieron acompañarlas con una salsa tan fuerte.
Continuamos con una parrillada de verduras y dos fuentes de carne, vacío y entraña, de las cuales apenas pudimos comer la mitad. Era demasiada comida. La entraña estaba muy bien, pero el vacío estaba un poco duro (o tal vez era al revés). Solo recuerdo que en uno de los platos había que afilar los dientes antes de darle un bocado.
Los postres fueron para aquellos que aún podían comer, y en cuanto al vino, optamos por cerveza, agua y refrescos. Ni el ambiente, ni el personal (nosotros), ni la carta de vinos nos inspiraron a aventurarnos. Creo que el total de la cuenta rondó los veinticinco euros por persona.
En resumen, estaría muy bien si no fuera por la alta calidad de las anchoas, que hace que lo demás pase un poco desapercibido. Además de estar deliciosas, las anchoas tienen un precio muy razonable (compré un envase de 150 g por unos 15 euros). Y a menos que yo esté cerca, lo más probable es que tengan existencias para llevar después de comer.