Es inevitable que cada cierto tiempo surja alguna figura «respetable» en el ámbito de la prensa gastronómica, lamentándose por el intrusismo que considera que representan las tonterías que publican sin restricciones aquellos a los que despectivamente llama «patulea de ignorantes e indocumentados», es decir, los blogueros.
En esta ocasión, la encargada de salvar al lector de tanto desatino ha sido la Sra. Mayte Lapresta, directora de la revista Sobremesa, de la cual he sido suscriptor durante varios años, aunque ahora estoy considerando cancelarla.
«No entiendo cómo una gran parte de la población acuda sin prejuicios a la consulta de opiniones ‘desinteresadas’ y supuestamente independientes de la multitud de blogueros que conforman hoy la cúspide de la opinión».
Además de una frase mal estructurada, esta afirmación no solo menosprecia la inteligencia del lector, colocando a la autora en una posición seguramente merecida de superioridad, sino que también pone en duda la independencia y la sinceridad de los blogueros. ¡Vaya por Dios!
Resulta curioso que estas dudas provengan de la directora de una revista que, por ejemplo, en la página contigua promociona una conocida marca de refresco que meses atrás colocaba entre las cinco mejores del país, según una supuesta opinión «independiente».
«Parece que el nuevo lector se fía más de una declaración inmediata e irreflexiva sobre un plato efectuada desde un iPhone con una foto pésima incluida que del trabajo de estudio, el conocimiento de la profesión, la investigación de la historia y sus protagonistas, y la crítica seria que la prensa convencional y muchos buenos periodistas gastronómicos hacen en cualquier canal».
Además de reconocer que mis fotos, aunque no son de iPhone, son bastante malas, es preocupante la visión de la Sra. Lapresta sobre la incapacidad del lector para discernir entre una crítica seria y una declaración «inmediata e irreflexiva».
Pero lo más inquietante es su planteamiento cercano al pensamiento único, despreciando cualquier opinión que no provenga de los medios convencionales.
En resumen, mientras esta señora dedica su artículo a menospreciar a los blogueros, ¿no sería conveniente que también reflexionara sobre la posible relación entre la decadencia de este tipo de publicaciones y la falta de objetividad en las valoraciones de productos publicitados en sus páginas? Es posible que el lector no sea tan ingenuo como ella piensa.
Si la editorial, a pesar de todo esto, todavía nos considera amigos, les daré un consejo «de amigo»: si necesitan menospreciar a los demás para intentar salvar su decadencia, es probable que el final esté más cerca de lo que piensan. Sin embargo, podrían hacer su declive un poco más digno mostrando algo de respeto y educación, y demostrando que toda esa formación de la que presumen ha servido para algo.